Hace un par de días fui a ver el status de mis visas y me dijeron que debido a unas visitas ilustres desde China van a haber unos días en que no se va a trabajar en la embajada, por lo que mi pasaporte va a estar listo más tarde de lo planeado. Le pregunté a la encargada de la agencia qué me recomendaba hacer mientras esperaba y me dijo que a unas 6 horas de Phnom Penh se encuentra Sihanouk Ville, una pequeña ciudad con buenas playas y alojamiento barato. La combinación perfecta para relajarse.
Así que le compré un pasaje por US$10 ($5.000) que me trajo ayer en una minivan a la playa. Había otra opción en bus por US$5, pero esa se demoraba unas 10 horas y había una alta probabilidad que la gente local se subiera al bus con animales vivos, como gallinas. En una de las paradas del camino conocí a Amandine, una francesa que llegó hace poco a trabajar a Camboya y que vino por el fin de semana a la playa. Como nos quedamos en el mismo sector, nos pusimos de acuerdo para recorrer la ciudad por la tarde. Al salir nos dimos cuenta que al igual que en la capital, la cantidad de gente pidiendo dinero es muy molesta. En la noche fuimos a un restaurant que servía la comida en la arena y desde que nos sentamos tuvimos un carrusel de niños pidiendo dinero o vendiendo pulseras e incluso algunos al vernos comiendo nos pedían que les compráramos jugos o comida.
Lamentablemente comer dentro del local tampoco es una solución, ya que en casi todas partes los dejan entrar para vender sus productos. Inevitablemente uno se desensibiliza al estar acá. Al comienzo me sorprendía cuando veía que algunos turistas ni siquiera se dignaban en mirarlos cuando les pedían dinero y en estos últimos días me he encontrado haciendo lo mismo que ellos. Después de comer fuimos a recorrer otros locales por la orilla de la playa. En uno estaban haciendo un show con fuego que estuvo entretenido y en otro sector estaban tirando fuegos artificiales. Fuimos a ese último para ver de qué se trataba y resultó que los fuegos artificiales son otro de los productos que venden los niños en la playa, a US$1 cada uno. No nos aguantamos y estuvimos un rato a la orilla del agua lanzando luces hacia el cielo. Cuando se nos acabaron, obviamente tuvimos a más niños ofreciéndonos más productos. Es algo de nunca acabar.