viernes, 28 de junio de 2013

VN 42- Montañas de Mármol

30 kilómetros al norte de Hoi An se encuentra la ciudad de Da Nang y en el camino se pueden encontrar las Montañas de Mármol, un grupo de 5 montañas de piedra caliza y mármol muy conocidas en la zona. Así que en vez de contratar un tour preferí arrendar una moto e ir por mi cuenta a ambas. Le pagué 200.000 dongs ($5.000) al viejito encargado por el arriendo y al momento de recibir los billetes en la mano me ofreció de inmediato vender también la gasolina. Claro, la moto estaba casi vacía, así que negocio redondo. A 25.000 dongs ($625) el litro el viejito me recomendó comprar 4, para asegurarme de no quedar varado en la carretera.

El camino fue fácil de seguir y con variadas vistas: plantaciones de arroz, un poco de playa, casas particulares, hoteles, varios buses que me pasaban, varias motos que me pasaban y uno que otro viejito caminando con la espalda cargada. Iba distraído pensando en llegar a Da Nang cuando una señora en moto se me coloca al lado y me empieza a hacer señas. Me indicó un camino lateral y recién ahi me di cuenta que estaba a punto de llegar a las Montañas de Mármol. La señora se me acercó aún más y me decía que su casa estaba cerca de las montañas y que tenía que seguirla.

Lo encontré un poco raro, pero la seguí. Al llegar descubrí que ella tenía una tienda de estatuas y figuras de mármol y de otros materiales. Me dijo que podía estacionar la moto en su local mientras visitaba las montañas y que iba a ser gratis, porque si la quería estacionar en la entrada del parque me iban a cobrar caro. A pesar de decirme varias veces que el estacionamiento iba a ser gratis, tuve mis sospechas.



Pagué la entrada en la boletería que permite subir a la montaña más grande de las 5. El camino escalonado hacia arriba no fue tan arduo y mi primera parada fue un templo, donde se habían reunido varias personas a rezar. A medida que seguí subiendo me encontré con varias cuevas pequeñas. En varias de ellas encontré grandes figuras de Buda esculpidas en la roca junto con pequeños altares donde la gente había dejado incienso. El factor común de las cuevas era que en todas habían murciélagos en el techo. A veces los iluminaba con mi celular y podía ver más de 30 a sólo unos metros de distancia.

Una de las cuevas era más grande que todas las que había visto antes y comenzaba con una escalera hacia abajo. Al entrar vi que estaba iluminada por luces que simulaban ser velas, así que el aspecto interior era bastante cálido. Al final de la escalera se podía ver un Buda grande tallado en la pared y en otro sector una estructura que me dio la impresión de ser un mausoleo, pero no lo pude corroborar. Al salir de ahí seguí subiendo y cuando por fin llegué a la cima pude ver hacia un lado las otras montañas que conforman este clúster y hacia el otro, la ciudad de Da Nang.

Como ya se estaba haciendo tarde recorrí lo que me faltaba del parque un poco más rápido y al bajar la señora llegó corriendo cuando vio que iba a sacar la moto. Ahí me dijo que entrara a su tienda y que viera sin compromiso los productos. Cuando le dije que no iba a comprar nada se empezó a poner un poco más insistente y me recordó que no había tenido que pagar por el estacionamiento. Ahí me molesté un poco, porque inocentemente pensé que no me lo iba a sacar en cara, pero mantuve mi postura y respetuosamente me fui. Cuando llegué a la ciudad vi que todavía me quedaba mucho más de medio estanque de bencina e imaginé la cara sonriente del viejito haciéndome comprar más bencina de lo necesario, así que decidí recorrer la ciudad calle por calle para gastar lo más posible y regresar a Hoi An al ras.

El tráfico no era tan caótico como en otras ciudades, así que no se me hizo difícil recorrerla. En un momento me dio hambre y decidí ir a un lugar al que sólo fuesen vietnamitas. Llegué a unos puestos que estaban a la orilla de un canal y me senté. El dueño me vio y llamó a una niña para pedir la orden, pero nadie hablaba inglés. Apuntando otros platos pude pedir ensaladas, pero también quería comer pollo, así que después de varios intentos graciosos, en los cuales la niña me hablaba vietnamita modulando con exageración (como si con eso yo fuera a entender) se me ocurrió dibujarle una gallina en mi libreta de notas. Ahí nos reímos los dos porque por fin nos pudimos comunicar, pero luego se me borró la sonrisa cuando me trajeron las patas de la gallina.